En casa de mis abuelos al llegar el fin de semana salíamos a comprar para el “Pantry Pride.”
Abuela empujaba su carrito de dos ruedas detrás de ella, y abuelo y yo cargábamos el resto de los comestibles mientras cacareábamos por el camino.
“Tu sabes, jovencita,” me dice abuelo, “Vas a tener unas piernas largas cuando crezcas.”
“¿Tan largas como las tuyas, abuelo?” Le pregunte tratando de mantenerme a la par.
“No, yo no creo.”
“¿Van a ser tan largas como la abuela?”
“Bueno, puede que halla una posibilidad.”
“¿Y las de mama?”
“Aja. Creo que van a ser mas largas que las de tu mama.”
“Entonces seré mas alta que ella.” Me fui dando saltos mientras pensaba acerca de esto.
“Si, si, creo que tienes razón,” contesto abuelo jocosamente.
No podíamos caminar muy rápido debido a que los pies de abuela estaban enfermos.
Una mañana salimos para la iglesia un poco mas tarde de lo usual, y abuela insistió que nos fuéramos alante para detener el autobús antes de que se fuera. Cortábamos camino yéndonos por las vías del tren. Trotar por ese pedregal era difícil, sin embargo avanzábamos determinados a parar el autobus.
“Papa,” gimió una pequeña voz. No escuchamos bien la primera vez. Luego escuchamos la voz nuevamente seguido de un quejido, al voltearnos jamás nos hubiéramos imaginado que era abuela, se había caído de cara en el pedregal. Abuelo rápidamente y con gran agilidad llega donde ella y la ayuda a sentarse.
La frente estaba sangrando por la caída. Me asuste al ver tanta sangre. Sentía mucha pena y ala vez me sentía impotente. Por qué no me quede a su lado?. Le hubiera dado mi brazo para que se apoyara en el.
Nos devolvimos para la casa juntos. Cuando llegamos abuela cojeaba hacia el cuarto de baño donde abuelo la ayudo a limpiar su cara con un pañito. Para nuestra sorpresa ella insistió que volviéramos a salir.
“Vamos para la Iglesia aunque lleguemos tarde,” dijo ella.
“¿Pero no te vas ni a cambiar la blusa?” Le pregunta abuelo.
“¡No señor!” dijo abuela con carácter definido. “Me voy tal y como estoy.”