
Ser madre es contemplar como tu corazón se sale de tu cuerpo.
Mientras reflexionaba sobre el Día de la Madre, me puse a pensar en las madres de mi propia familia. Algunas de nosotras llevamos la crianza de los niños en el ADN; mientras que otras nunca recibimos la notificación. A algunas se nos da de maravilla; las otras seguimos aprendiendo a base de ir probando. Ninguna de nosotras es perfecta o lo tiene todo bajo control. Pero pase lo que pase no importa: la estirpe de nuestra sangre fluye con fuerza, y nuestros corazones son sinceros. Los hijos son una bendición. Estoy convencida de que cuando miramos a nuestros hijos, pequeños y mayores, el latido de nuestro corazón siempre se acelera. Algunas de nosotras nos acostumbramos a nuestro papel, otras, no tanto. Nadie me dio nunca un manual sobre cómo ser madre, y aunque lo hicieran, lo más probable es que quien lo hubiera escrito no tuviera hijos propios. ¿Por qué? Porque se aprende con la experiencia, y aprendemos a base de hacer pruebas, cometer errores y volver a probar.
Al mirar a los ojos de cada Madre aquí representada, veo la tristeza de algunas oraciones sin respuesta, la preocupación por el mañana, el pesar por el pasado, y el miedo al fracaso. Pero también veo amor, alegría, perseverancia, y ternura, sentido de pertenencia, orgullo, y esperanza en el futuro — en un mañana mejor.
Mi madre siempre me decía una cosa que vale la pena repetir: Puedes tener diez padres pero madre no hay más que una.
Madres, poneos en la brecha por vuestros hijos. Nunca los abandonéis, sin importar lo que hagan. Y que en el crepúsculo de nuestras vidas, nuestros hijos tampoco nos abandonen.